Pregón de la
Semana Santa de Candás 2024
Por Lourdes Badenes Fernández STJ
Pregón de la
Semana Santa de Candás 2023
Por Amelia Valcárcel
Pregón de la
Semana Santa de Candás 2019
José Marcelino García Fdez. Luanco
Decía el escritor Hermann Hesse que muchas veces es imposible expre- sar con palabras o por escrito lo que uno siente en lo profundo de su intimidad. Quiere decirse dentro de su alma y de su corazón.
Y este es el caso para mí, en estos momentos en los que, con temor y temblor, –como dice la escritura– he de expresar mis sentimientos ante tantos amigos y conocidos. Porque de eso se trata, de abrir el corazón aquí, en este templo parroquial donde fui bautizado, escenario de viven- cias entrañables, de recuerdos de niñez y juventud, de aleluyas y adioses.
Todo ello tras una larga vida, con más pasado ya que futuro, por este valle –no sólo de lágrimas– sino también de esperanzas y alegría. Y mucho más después de que haya habido distinguidos y notables pregoneros de nues- tra Semana Santa, especialmente dos candasinos, María Teresa Álvarez y Hermenegildo Fernández, ambos expertos y brillantes conocedores de nuestras tradiciones religiosas, y que han sabido trasmitir con sentimien- to, emoción y belleza sus Pregones.
A pesar de que toda una cultura occidental se gestó centrada en un personaje, adorando en él al Dios humanado, temiendo al juez que habría de venir a juzgar a los vivos y a los muertos y amando al dulce Jesús como Redentor del mundo, a pesar de eso, digo, la religión cristiana –al menos en Europa– está en declive.
En este contexto, pues, celebramos los católicos, una vez más, la Semana Santa. Una Semana Santa que llega para muchos como un leja- no susurro, a pesar que, especialmente en estos días, se intenta recordar la historia de amor más bella jamás contada: La del Crucificado, que pasó por el mundo haciendo el bien, curando a los oprimidos, porque Dios estaba con Él. La Semana Santa, intenta, de alguna manera, llenar con el ejemplo de la vida de este ser único, de este Hijo del Hombre, como el solía llamarse, los huecos que han ido dejando la frialdad religiosa, el desamor, la falta de solidaridad con los más pobres del mundo y el aumento de la violencia y la depresión en una sociedad aparentemente más ilustrada y más racional.
Porque qué fue de aquella niñez y de aquella edad de la inocencia. Qué se hizo de aquel brote de esperanzas e ilusiones; de aquella fe de nuestra mocedad y juventud.
Aquí, en este recinto sagrado yo no aprendí ninguna vileza. Escuche el evangelio de la boca de muchos hombres buenos, de muchas catequistas amables y queridas. De muchos sacerdotes hablando con erudición y fer- vor, valientemente, de cosas importantes para la vida y para la muerte; de cosas del corazón, cosas íntimas y sagradas. Aquí nos enseñaron a inten- tar amar con ternura, siguiendo el modelo de Jesús de Nazaret, a perdonar mil veces y a pedir que nos perdonaran. Nos enseñaron a consolar a los enfermos, a ser buen compañero de camino, a tener compasión por los pobres y a rezar por los muertos. Durante toda mi niñez y adolescen- cia caminé cada domingo y en cada fiesta hasta este lugar sagrado para cobijarme bajo la dulce mirada del Cristo de Candás, un Cristo sin heridas ni sangre que pudieran asustar, sin mirada de dolor, con una boca que esboza a flor de labios una leve sonrisa de ternura. Esta Iglesia ha sido parte de mi casa. La fe para mí ha sido belleza, emoción y también poesía.
Sí, todo esto venía y sigue viniendo en nuestra ayuda. Y así, de un modo entrañable, el Maestro Pedro Braña recordada en su vejez, en el Portfolio de las fiestas del Cristo del año 1986, sus vivencias de niño durante la Semana Santa candasina. Decía el ilustre músico que desea- ría poseer la facultad divina de algunos literatos para saber describir las diversas emociones que anudaban su garganta en aquellos días gloriosos de Semana Santa y Pascua de Resurrección. Volver a presenciar y disfrutar algunas de aquellas queridas tradiciones que hacían palpitar el corazón.
Y es que el camino de la redención lleva siempre al propio corazón. Sólo allí está Dios, y sólo allí está la paz. Por eso, los días de Cuaresma y Semana Santa tienen también para mí una maravillosa fragancia de recuerdos y vivencias. Una nube de testigos, de sensaciones y de imáge- nes todas ellas también guardadas en el corazón: Los santos, entonces tapados de pies a cabeza, eran como lirios morados tiñendo los altares con el color de la penitencia; el perfume a romero y a laurel, el sol ama- ble de las bellas tardes de marzo o abril, ya con las golondrinas; el olor a marañuelas, cantos de penitencia, que van, día tras día hasta a la vida, que vence ya para siempre a la muerte. Así era: Silencio de campanas, maitines con carracas para matar (matar, inocentemente decíamos enton- ces) matar a los que tanto daño habían hecho a nuestro Señor.
Habían ido llegando los barcos para celebrar la Pascua: el Panchita, La Amistad, El María Antigua, La Asunción, El Pepín, todos aquellos vapores que llevaban abordo a los patrones y marineros candasinos. Y las vapori- nas y motoras de la Igüera. Todos y todas apretados al Barcón, o junto a la Rambla o al abrigo del muelle Tierra. Todos con sus banderitas a media asta aguardando el día de la Resurrección del Señor. El gran día de Pascua. La más hermosa y entrañable fiesta candasina del año.
El día de la Resurrección dije. ¡Ah!, sí... Aquel sábado de gloria, cuan- do, sobre las doce de la mañana, el párroco Muniello, con su voz quebra- da por la tos y la emoción entonaba el Gloria in Excelsis Deo. Entonces las campanas, hasta entonces muertas, repicaban a gloria, los barcos izaban sus banderas y gallardetes hacia lo más alto de los palos mayores, tremo- lando como si quisieran alcanzar el cielo. Y hacían sonar sus sirenas, que se mezclaban con la de la Rula y las de los pitos de las fábricas: Herrero, Ortiz, Portanet, Albo, Ojeda, todas al unísono, en su variado tono cada una, tono ahora de fiesta. Y allí, en el cabildo, las mujeres y los niños esperando, con jarros, botellas, tarros de cristal, a Carmen y Casimira, las sacristanas, trayendo en un barcal el agua bendita de la resurrección. “Fuera perros, fuera gatos, fuera toda maldición, que aquí está el agua bendita y el ramín de la Pasión. Así por toda la casa bendiciendo cuartos, camas, armarios, balcones, rincones, portales. Todo lo oscuro y triste de la casa parecía entonces resplandecer como si aquella agua fuera misma- mente sacada del sagrado río Jordán. Luego, cuando comenzaba la tarde y el pueblo inquieto se iba preparando para la gran noche de Pascua, se podía ver subir cuesta arriba, desde su casa del Paseín, a Pepa la Biroña llevando la canastilla con el ajuar de la Vaporina: toda aquella lencería plegada, limpia, planchada: Las enaguas, el vestido blanco de moaré, la blonda de encaje de bolillos, el manto de tisú bordado en oro. Pero antes de vestir a la Virgen y colocarle el cendal negro de seda fina, (el velo) Pepa, peinaba a la Vaporina con un peinecito de carey hecho de concha de tortuga. Con cuidado, le iba poniendo invisibles, fornituras, enganches, cosas... Y así, bien arranchada, con el rosario de nácar entre las manos, vestida como la Reina de los mares, la encontraba Antón de Coleta, lista para colocarle la corona de plata bruñida y subirla sobre las andas, con la media luna a sus pies. Ahí baja la Vaporina emprobada como un velero en medio de los cantos del pueblo y de los acordes de la banda de música, dirigida por Pipi: Pocholo, Milión, Pepe el Chelo, Eloy, Juaco, Chicula, los Moscalinos. Hay nordeste que parece querer, antes de tiempo, quitarle el velo a la Virgen. Balanceándose, entra en la ensenada del Paseín cuando ya va anocheciendo. Ahí está el maestro Prada preparándose para dirigir.
Y Sarita levantando nerviosa la tapa del armonio, poniendo ya sus dedos sobre el marfil. Se hace el silencio, y suena sobre él y bajo la noche, con la luna llena del Nisán sobre el monte Fuxa, como puesta para escuchar, aquel preludio parecido al de un acordeón que fuera tacada por un mari- nero sobre el puente de un barco, en una noche estrellada. En rededor, el coro mixto de mujeres y hombres: Rosaura, Felisa de Ramón de Xuan, Olvido la Pepelica, Severina, Rita Mendiguri, Conchita la del quiosquo, Rita Carmen. Y las voces de los Coletos. Antón, Plácido, Adolfo, Eusebio: ¡Salve, Estrella de los Mares! Y aquel solo de Rosaura igual que si fuera una paloma que más parecía bajar del cielo que subir desde la tierra. Y la de Olvido la Pepelica, clara y cristalina como la de una fuente fresca. Y luego, “Al alegre son despierta, cielo y tierra Virgen Santa”, con la pro- funda voz entrando en las letanías de Lino el sacristán, voz traída de lo más hondo de su ser aquel: Páter de Celis Deus..., Filií Redentor mundi Deus... Y otra vez el silencio... Entonces, Castor Prendes sale de entre el coro, y puesto en el medio, como si fuera Pedro la Virgen, apoyándose discretamente en el armonio por su cojera, va subiendo la voz igual que un surtidor, izándola como una guirnalda de flores que fuera de la mar a las estrellas, de la tierra al cielo. Santa María. Castor, que siempre nos decía que el Teniente cura Muniello, y después D. Andrés Corsino, le había mandado, por la Onda Pesquera, un aviso de parte de Sarita, para venir a ensayar. Aquel Santa María de Castor Prendes cantado después, con la misma maestría y emoción, por su hermano Máximo y por Pipo Prendes. Sube ya la Virgen a hacer noche a la capilla de Doce. Allí tiene los tres guardiamarinas esperándola: Ramón bigotes, Japonés y Reguera, todos envueltos en la claridad de las velas y el bisbiseo de las oraciones que los visitantes van haciendo a la Virgen a lo largo de la noche. La noche que va esparciendo por las calles, por los rincones y plazuelas de Candás el olor del Encuentro en la mañana de Pascua. Sí, porque pronto, Celestino Muñiz, el padre de mis amigos Pepe, Tino y Ruperto, subirá a la torre para hacer sonar las campanas anunciando que el Sacramento del Amor sale al encuentro de la Vaporina. Él, enseguida, con paso rápido, subirá por la Cuesta hasta la falda del Monte Fuxa, para desde allí sentir la profunda emoción de ver como la Virgen va al encuentro de su Hijo haciendo algo así como tres calumbones (las tres venias), que Celestino Muñiz describía así: “Yo veo a la Virgen como un galeón con todas las velas desplegadas al viento, en rumbo hacia el sol, hacia la luz, hacia el Señor Resucitado, mientras suena el Himno Nacional”.
Al encuentro del Amor de los Amores va la Vaporina junto a los latidos de nuestro corazón. Los bellos ojos de la Virgen marinera posados son- rientes ante su Hijo resucitado, y otra vez la vieja canción. ¡Salve, Estrella de los mares...! Todo esto nos pertenece, tanto como entonces: los ritos, las costumbres, la fe y las canciones. Todo esto que un día entonaron, cre- yeron y celebraron, con acento candasín, nuestros mayores, las mujeres y los hombres de la mar.
José Marcelino García Fdez. Luanco
Pregón de la Semana Santa de Candás 2017
Marcelino Oreja Aguirre
Sr. Cura Párroco,
Sra. Alcaldesa,
Miembros de la Corporación Municipal,
Miembros de las Cofradías de Nuestra Señora de los Dolores y Virgen del
Rosario, Señoras y Señores, amigos todos.
Hace unas semanas mi querida y admirada María Teresa Álvarez, Condesa Viuda de Latores, con quien mi mujer y yo tenemos la dicha de compartir muchos ratos durante su estancia en Madrid y que tan generosa ha sido en su presentación, me transmitió la invitación del Sr. Párroco, don José Manuel García Rodríguez, para que pronunciara el pregón de la Semana Santa en Candás, en esta bellísima Iglesia Parroquial de San Félix Mártir. Les confieso que experimenté un doble sentimiento: de gratitud de una parte y también de preocupación ya que no me considero digno de tan alta distinción.
Decidí ampararme en la benevolencia de todos ustedes y acepté con cier- to rubor, pero con sumo agrado, expresar los sentimientos de lo que para mí representa esta ceremonia en un marco incomparable como este y sumarme así a estas bellísimas celebraciones.
Ayer tarde visité la Iglesia que nos acoge y pude admirar el hermoso retablo del Camarin del Santo Cristo, la imagen de la Dolorosa y la Virgen de Nuestra Señora del Rosario, la Estrella de los Mares, que el Sábado Santo se trasladará a la Cofradía de Pescadores donde será velada durante toda la noche.
A su salida le esperarán los candasinos y las candasinas con la emoción de contemplar a la Patrona de sus marineros y la acompañarán hasta la orilla del mar en un recorrido único por su significado y su belleza.
Pero antes, en el Paseín, según me ha descrito María Teresa, se hace el silencio para escuchar la Salve Marinera con las voces de un pueblo que ha crecido mirando al mar. Estoy seguro que el olor a salitre y la brisa del mar, para mí tan familiar ya que viví durante 30 años a orillas del Cantábrico, harán brotar a todos los presentes un mar de sentimientos.
Puedo imaginar la emoción que embarga el espíritu, al contemplar, el día de la Resurrección del Señor, el encuentro de la Madre y el Hijo resu- citado, en el Paseín, ante la atenta mirada de centenares de devotos en medio del silencio de todo un pueblo. Y yo aún sin haberlo vivido, siento la emoción de ese momento inefable, en el que se retira el velo del rostro de la Virgen, que si se logra limpiamente es augurio de buena fortuna en las tareas del mar.
Con toda esta evocación quisiera ahora transmitirles el sentido que tiene para mí la Semana Santa y este pregón, cuyo significado más hondo es el anuncio del Misterio de la Cruz y de la Vida. Es el anuncio de la Iglesia en cada época, en cualquier lugar y para todos. También para nosotros, aquí en Candás, en este año 2017.
Anunciamos la muerte de Cristo y proclamamos la gloria de la Resurrección.
Toda mi vida he sentido una especial devoción por el Cristo Crucificado y conservo encima de mi mesa de trabajo, desde niño, un crucifijo de mi padre en el que se reproduce un versículo del Evangelio de San Lucas en el que nos pide que amemos a nuestros enemigos y hagamos el bien sin espe- ranza de recibir nada por ello.
Y es que la Cruz para el cristiano es fuente de gracia, de vida, de perdón, de reconciliación. Y el pregón es sobre todo vivencia de la Cruz. Recuerden el comienzo del bellísimo poema de Rafael Sánchez Mazas:
“Delante de tu cruz los ojos míos, Quédenseme, Señor, así mirando Y, sin ellos quererlo, estén llorando Porque pecaron mucho y están fríos”.
La muerte de Jesús es la expresión concreta de que comparte nuestro destino de seres finitos y mortales. Incluso la forma de su muerte fue la más ignominiosa conocida en aquel momento, la muerte por crucifixión, propia de esclavos y traidores, lo que hace decir a San Pablo que “se hizo semejan- te a nosotros en todo hasta la muerte, y hasta la muerte de cruz”.
Cristo murió por nuestros pecados y murió de muerte violenta. Y Cristo nos enseña no a devolver la violencia, sino que convierte su muerte en una intercesión ante Dios, el Padre común, por nosotros. Ésa es nuestra redención.
Cristo desde la Cruz nos confía a cada uno de nosotros una tarea en nuestra vida personal, en nuestra familia, en el ámbito de nuestras amis- tades, en nuestro lugar de trabajo. Pienso en tantas familias en quiebra o ya rotas, en tantas enfermedades no aceptadas, en los resentimientos que se incuban dentro de los seres humanos. ¡Cuántas de estas cruces suben y bajan por los ascensores de nuestras casas, caminan por nuestras calles, van y vienen en nuestros autobuses, pueblan nuestras ciudades y nuestros pueblos.
Son muchas las realidades sencillas de nuestra vida diaria, en las que Jesús desde la Cruz nos pide que hagamos una profunda conversión per- sonal, que nos pongamos de verdad de rodillas ante la Cruz para que su realismo y su fidelidad inunden nuestras vidas, y podamos volver al Señor nuestra mirada y decirle con todas nuestras fuerzas ese precioso poema que muchos aprendimos de niños:
“No me mueve mi Dios para quererte el cielo que me tienes prometido ni me mueve el infierno tan temido para dejar por eso de ofenderte”.
Actualmente vivimos tiempos de crisis y para muchos de malestar social. Innumerables familias sienten las consecuencias de una situación que puede prolongarse un tiempo indefinido. Miles de inmigrantes, que buscaban en España un refugio a su absoluta carencia, ven peligrar sus puestos de trabajo. Bien merece que recordemos que la Pasión pasa por los hogares de tantos que sufren; los parados, los que se enfrentan al futuro con un miedo creciente, todos los que han sido víctimas de una violencia absurda y despiadada. Pero pasa también por las casas de los ancianos que han agotado sus energías y se sienten olvidados de sus familias, condenados a la soledad cuántos lamentan dolorosamente esa soledad, y pasa por las casas de los que esperan justicia y no logran alcanzarla.
Un gesto de perdón y de oración como el de Cristo al morir, que tantas personas en nuestros días procuran mantener vivo, es una buena noticia que nos ayuda a creer que el misterio del Viernes Santo conoce así y cono- cerá siempre la aurora del día de la Pascua.
Recuerden ese bellísimo soneto de mi paisano Miguel de Unamuno en el “Cristo de Velázquez”, una de las más puras poesías españolas desde San Juan de la Cruz, dedicada al vencedor de la muerte:
“Dame Señor, que cuando al fin vaya rendido, en salir de esta noche tenebrosa,
en que soñando el corazón se acorcha, entre en el claro día y que no acaba,
fijos mis ojos en tu blanco cuerpo
Hijo del hombre, humanidad completa,
En la increada luz que nunca muere”.
Esa es la gran esperanza del cristiano. Cristo, con su muerte, destruyó para siempre nuestra muerte.
Los cristianos, porque creemos en la vida eterna hemos de esforzarnos por encontrar un modo de vivir y de pensar iluminado por la luz de la Pascua, que es la luz del amor.
Hagamos lo necesario para intentar abrir nuestras puertas y ventanas a esa luz, como las abrimos al sol de primavera. Y actuemos –como nos dice Pemán en su precioso poema “Ante el Cristo de la Buena Muerte”–, con decisión, de modo que “no turbe mi conciencia la opinión del mundo necio y que aprenda Señor la ciencia, de ver con indiferencia, la adulación y el desprecio”.
Tras estas consideraciones sobre la muerte y la resurrección del Señor y el sentido que he querido extraer de lo que para mí representa la Semana Santa, no quisiera orillar algún comentario sobre España, ya que éste es el solar en que hemos tejido durante siglos nuestra convivencia.
Veo con preocupación lo que está pasando en nuestro país, en que una ofensiva laicista parece querer borrar lo que ha sido nuestro recorrido vital a lo largo de los siglos.
Vivimos una época en la que ante la indiferencia de muchos y la beli- gerancia de otros, España se ve invadida por un modo de vida en el que la referencia a Dios es considerada como una deficiencia de la madurez inte- lectual, en el pleno ejercicio de la libertad.
La extensión del ateísmo, provoca alteraciones profundas en la vida de las personas y se ve favorecida por la escasa formación religiosa de muchos, por ideas desfiguradas de la religión, por la falta de coherencia en la vida y la influencia de ideas de procedencia no cristiana sobre el origen, la naturaleza y el destino del hombre. Aunque es cierto que existe también en España un gran número de cristianos que tienen una presencia activa en la sociedad a la que se han incorporado tantísimos jóvenes que muestran privada y públi- camente su compromiso con la Iglesia.
Los laicos debemos asumir el compromiso de transmitir el Evangelio, conscientes como estamos que de él brota un convencimiento íntimo sobre la verdad del ser humano en su relación con Dios, decisiva para que la socie- dad pueda volver a comprender y afirmar los derechos fundamentales de la persona humana en todo su integridad, comenzando por el derecho a la vida desde el momento de la concepción hasta su muerte natural; el de la libertad religiosa; el de formar una familia sobre el fundamento del ver- dadero matrimonio; el derecho de los padres a elegir la educación moral y religiosa de los hijos y el derecho al trabajo y demás derechos sociales, económicos y culturales.
Debemos contribuir con decisión y entrega a que la Iglesia, y la Iglesia somos todos nosotros, esté presente en el futuro de España, con la misma dedicación, el mismo amor y la misma pasión por el Evangelio, con que lo ha estado en los mejores momentos de nuestra historia bimilenaria. Recupe- remos el espíritu de la Pascua, que está tan próxima, y miremos a ese Cristo resucitado que vive para siempre y que como dice el Vaticano II es la clave, el centro, el fin de toda la historia humana y que no vayamos a merecer, una vez más, el sutil reproche del ángel “¿Por qué buscáis entre los muertos, al que está vivo?”. A ese Cristo vivo y a su Madre Santísima, bajo la advoca- ción de Nuestra Señora de los Dolores y de la Virgen del Rosario, os pido a todos en este Pregón que nos encomendemos, al iniciar la conmemoración de la Pasión del Señor, en espera de la noche santa de la Pascua, en la que se romperá el silencio del Sábado Santo, para anunciar la mejor noticia de todos los tiempos: la noche no tiene la última palabra. Ha llegado la luz que acompaña la vida. Luz y vida. Luz y paz.
Muchas gracias,
Marcelino Oreja Aguirre
Pregón de la Semana Santa de Candás 2014
Hermenegildo Fernández González
Don José Manuel García, nuestro párroco, ha tenido la amabilidad de invitarme a pronunciar el pregón de la Semana Santa. Es para mí honor y una profunda alegría, algo que hubiera llenado de sano orgullo a mi padre, que con tanta intensidad vivía la Semana Santa candasina. Muchas gracias.
María Teresa Álvarez, muchas gracias por tus bellas y sentidas palabras de presentación.
Vaya también mi agradecimiento a quienes con gran afecto me acompañáis hoy: autoridades, familia, amigos, candasinos todos.
La Semana Santa se viene celebrando en Candás desde tiempo inmemorial. En 1900, Fermín Canella y Secades, en la obra “Asturias”, dice que “fueron los de Candás muy dados a representaciones teatrales, antes autos sacramentales y de la pasión, en la iglesia, plazas y campos”.
El maestro Pedro Braña nos muestra, en el Portfolio de 1982, un retrato vivo de las procesiones del Calvario en el Candás de su juventud, a comienzos del siglo XX. “Durante toda nuestra larga vida (escribe Pedro Braña), en emotiva, a nuestra desaparecida “Procesión del Calvario” que tenía lugar en la madrugada del Viernes Santo. La modestísima, pero impo- nente procesión nocturna, tenía su salida... a las tres y media o cuatro de la mañana... Dentro... del templo, después de musitar las preces de ritual, lo que ocupaba nuestra máxima curiosidad era la apari- ción, por la puerta de la sacristía, de la figura bíblica de “Justo el Ta- biquero” vestido con hábito de na- zareno... portando una cruz plana, originalísima... Con un mutismo increíble y un extremado fervor, la procesión iniciaba la marcha, lentamente, por la calle de la derecha, empedrada y cuesta aba- jo, deteniéndose pronto para leer el texto de la primera estación... aquel venerable sacerdote a la sazón capellán de Candás, Don Saturno... ¡Y la procesión seguía lentamente...! Procesión que en su mayor número se componía de conocidos marineros. Recuerdo a Ñareo y Estornín, que jamás falta con dos velas en su interior, que... en las paradas, levantaban hasta la altura de la cabeza de Don Saturno para que pudiese leer en ¡aquel pe- queño libro manuscrito!... Ya en las inmediaciones del templo, con la emotiva palabra del venerable Don Saturno, “exclamando”: Deci- mocuarta estación... se cerraba el imponente Vía Crucis...” Termina Pedro Braña con una súplica: “¡Ojalá, Señor! se reanudara y volviera a tomar vida, para bien de los candasinos de espíritu sensi- ble... la conmovedora Procesión del Calvario, de la que...!ay! ya no nos queda más que ¡un lejano y nostálgico recuerdo...!”
Después de varias décadas, la tradición del Vía Crucis por las calles de Candás fue recuperada el Viernes Santo de 2011. La proce- sión, encabezada por el párroco D. José Manuel García, que portaba la cruz, partió de la Iglesia a las siete de la mañana. María Teresa Álva- rez, autora de las catorce medita- ciones que fueron leídas a lo largo del Vía Crucis, leyó ante la Iglesia: “Jesús, muchos años después, en Candás, este pueblo marinero que te ve- nera, un grupo de candasinos deseamos acompañarte en tu camino al Calvario”. Y después de leer la primera estación, la procesión inició la marcha, lentamente, por las sinuosas calles candasinas. Pronto, desde el despeñadero de la memoria, me invadieron recuerdos de los Vía Crucis de mi juventud: amigos, predicadores solemnes, de voz profunda; mujeres vestidas de negro, marineros de duras manos... En el Cueto, cerca del mar, leyó Moncha la quinta estación, y apenas había termina- do de leer cuando una mirada cómplice me confirmaba que ella también sentía una especial emoción al recor- dar el Vía Crucis que, junto con nuestro hijo, habíamos vivido por las calles de Jerusalén, un año antes, en nues- tra peregrinación a Tierra Santa, que tan profunda hue- lla nos dejó. La procesión continuó entre meditaciones, rezos y cantos, y cuando ya ascendía la mañana, llegó a la plaza de la Iglesia, donde María Teresa Álvarez leyó la decimocuarta estación. Terminada la procesión, al salir de la Iglesia, vinieron a mi memoria los versos de León Felipe:
Hazme una cruz sencilla, carpintero... Sin añadidos ni ornamentos...
Que se vean desnudos los maderos, Desnudos... y decididamente rectos: Los brazos en abrazo hacia la tierra, El astil disparándose a los cielos.
Que no haya un solo adorno que distraiga este gesto, Este equilibrio humano de los dos mandamientos... Sencilla, sencilla...
Hazme una cruz sencilla, carpintero.
La Salve se cantó por primera vez en Candás a últimos del siglo XIX según el artículo del candasín Saturnino Muñiz, de mayo de 1899, publicado en el diario ovetense “La Cruz de la Victoria”, en el que se lee que “el...Capellán organista D. Medardo Carreño...está ensayando un coro de 36 voces para cantar la sublime salve del “Molinero de Subiza” el sábado de gloria, salve que ya en otra ocasión fué celebrada en justicia...Se ha- llan muy adelantados en los ensayos, y es digno de aplauso el ver á nuestros marineros, después de llegar de la mar, asistir a los ensayos en vez de descansar de las fatigas del día”. La zarzuela “El Molinero de Subiza”, de Cristóbal Oudrid, fue estrenada en el Teatro de la Zarzuela de Madrid el 21 de diciembre de 1870, y más de veinte años después, los candasinos David Pérez- Sierra Suárez-Otero y Miguel García-Barrosa, vieron una de sus reposiciones y les gustó tanto la Salve que se la recomendaron a D. Medardo Carreño con el propósi- to de que la incorporase a la tradicional ceremonia reli- giosa del Sábado de Gloria, en la que ya cantaban la antiquísima plegaria “Al alegre son despierta”. La Salve es un canto a la Virgen, que aparece como “Estrella de los Mares”, nombre que procede de la interpretación de un pasaje del primer libro de los Reyes, del Antiguo Testamento.
Son las ocho y media de la tarde del Sábado Santo y sale la Procesión de Nuestra Señora del Rosario. Con velo negro, cubierto el rostro de dolor y pena, viene la Virgen acompañada por mujeres vestidas de negro: son las mujeres de la Cofradía Virgen del Rosario. A la músi- ca de la Banda se unen voces, la procesión va en aumento, cantan el rosario, las calles se convierten en tem- plos...La procesión llega al Paseín, la gente se aglomera de pronto. Solemne silencio. El coro va cantar la Salve. Y uno recuerda a Sara Pascual, Antuña, Braña, Olvido, Rosaura... Después de la Salve sigue el coro con la más tradicional plegaria “Al alegre son despierta”, letanía, y el “Santa María”, que Pipo Prendes lleva cantando más de cuarenta años. Continúa la procesión hasta la Cofradía de Pescadores donde la Virgen pasará la noche, la noche en que Jesús está muerto. Sí, la “Estrella de los Mares” pasará la noche en el muelle; donde la “Marinera”, frente al mar, con la falda agitada por el viento, la mira- da a lo lejos y las manos unidas en actitud de oración, espera angus- tiada el regreso de los marineros, como aquellas mujeres que, cuando yo era niño, esperaban en la Almena el regreso de sus hijos y maridos.
El día de Pascua en Candás es una fiesta íntima, familiar, de puertas adentro. En las casas, la familia se reúne a comer y de postre no pueden faltar los bollos de mara- ñuela. Es también el día que más se siente la llamada de la tierrina. Si a cualquier candasín ausente le ofrecieran la oportunidad de elegir un día al año para pasarlo en su pueblo, sin duda se decidiría por el de Pascua; es por ello por lo que las calles están abarrotadas de caras conocidas, aunque muchas de ellas lo sean de “Pascua en Pascua”. Y también es día de recuerdos. Recuerdo que cuando era niño mi padre me ponía a hombros para que pudiera ver el “Encuentro”. Recuerdo que había una misa de madrugada, solo para hombres, la mayoría marineros, para cumplir el precepto pascual. Recuerdo que el día de Pascua de 1965 estaba yo haciendo la mili en la Comandancia de Marina de Gijón y vine a la procesión, con otros cuatro marineros, para escoltar a la Virgen...
Sobre la antigüedad de la Procesión del Encuentro se puede afirmar que, por lo menos, ya se celebraba a comienzos del siglo XIX, según se desprende de varios do- cumentos del Archivo parroquial que D. Valeriano Muñoz, párroco de Candás, transcribe y comenta en el Portfolio de 1977. “En los años anteriores al de 1816 (escribe D. Valeriano) había sonados enfrentamientos entre la entonces pujante Cofradía de Mareantes y doña Antonia Suárez del Busto, propietaria que había sido de una casa sita en las actuales cercanías del Paseín, cuyo portal de la mencionada casa venía siendo utilizado para guardar la imagen de la Santísima Virgen, que por aquel entonces era la de Ntra. Sra. de la Soledad, en la noche del Sábado Santo... Las malas condiciones en que se encontraba dicho portal dio lugar a una polémica que hubo de ser resuelta con la intervención de las autoridades eclesiásticas residentes en el Obispado de Oviedo”. El problema, que era asunto viejo, se había enconado de tal manera que en el año 1815 no pudo realizarse la Procesión y la ceremonia del Encuentro se hubo de realizar en la Iglesia. Con estos antecedentes, D. Joseph García Busto, Director del Gremio de Mareantes, decidió poner fin a aquella situación y envió al Obispado de Oviedo un escrito en el que exponía el problema y soli- citaba que el párroco de Candás no impidiera que la Virgen, cuya imagen era propiedad de los Mareantes, fuera colocada en la capilla de la Concepción o en la del Palacio, conocida también por la del Buen Suceso o de Doce. El litigio quedó definitivamente zanjado por una Orden del Obispado, que D. Valeriano transcribe literalmente: “Oviedo, Marzo veintisiete de mil ochocientos dieciséis. Concédese a don Joseph García Busto la licencia que solicita y el Párroco de Candás no impida que se deposite la Imagen de Ntra. Sra. de la Soledad en la Capilla pública que convenga, siempre que se “exercite” con la justicia necesaria. Palacio”.
Poco después de las once y media de la mañana sale de la Iglesia la Procesión del Encuentro con el Santísimo Sacramento...Antes de que la procesión llegue al Cueto, la Virgen sale de la Cofradía de Pescadores acompañada por mujeres y hombres de la Cofradía Virgen del Rosario, que, por turnos, habían velado toda la noche... La Virgen ya espera en el Paseín... Pronto llega la procesión, y el Santísimo Sacramento, bajo palio, se para debajo del balcón del antiguo Ayuntamiento... La Virgen sale al encuentro de Cristo Sacramentado... Se acerca lentamente... Primera reverencia... Segunda reverencia... Ahora se acerca deprisa... Tercera reverencia. Y en ese preciso instante es retirado el velo que cubre el rostro de la Virgen, es arriada la bandera española y suena el himno nacional. Jesús ha resucitado. ¡Aleluya! ¡Aleluya!
Muchas gracias.
Fuente: Calameo
Pregón de la Semana Santa de Candás 2011
José Manuel Feito Álvarez
Llevo rosas y claveles..., dice un canto popular. Ojalá mis palabras pudieran traer hoy y aquí rosas, la flor del Rosario, y claveles, la flor de la Pasión, pues simbolizan y semejan los clavos del Cristo crucificado. Rosas y claveles en esta Semana Santa candasina.
Para uno que ni vivió en Candás ni tampoco tuvo la suerte de frecuen- tar este precioso y novelado rincón, pronunciar un pregón a lo tradicional y como se acostumbra, no es tarea fácil. Yo no podría contar anécdotas vividas al estilo de quienes me precedieron y han pasado algún tiempo en esta villa. Sin embargo algún cabo me une con Candás porque Carreño y Miranda llevan siglos unidos en el apellido de uno de los grandes pintores españoles, y de Miranda era uno de los cinco cuarteles del blasón de los Meira. Y también hace años que Miranda asentó en Candás los apellidos de un muy querido pastor de almas mirandino que anda por aquí.
Yo no viví en Candás, pueblo sublime, acunado por los rumores del océano, pero recorro sus calles y escucho a menudo la voz de los pescadores contando sus faenas y desgracias; siempre que abro la novela “José” por más que el autor diga que se trata de otro puerto y otras gentes, yo prefiero pensar que el alma, la brisa, el mar y la toponimia: a media legua de Peñascosa que es Luanco, por Antromero camino de Sarrió que es Gijón, y la ermita de San Esteban que es San Antonio, a la que también están tratan- do de salvar de un naufragio, hasta el templo parroquial, son candasinos. Y ¿cómo no? el Cristo, ante el que tantos devotos se acercaron de rodillas, subieron la escaleras del camarín de rodillas, rezaron de rodillas, que acaso por eso es Rodillero, y su Cristo es el Cristo de Candás.
Dicen que fue hallado en el s. XVI flotando frente a las costas de Irlanda en donde ya en el s. IX había la costumbre de hacer nudos en un cordel para contar avemarías y su catedral lleva el nombre de Iglesia Cristo.
También en el s. XVI, y acaso por esas fechas, otro Cristo y otra imagen del Rosario estaban ayudando en Lepanto a las tropas cristianas contra los sarracenos.
Del Rosario y su imagen hay menos literatura que del Cristo. Una cofradía en Almería lleva el título de Rosario del mar. La relación del mar con el rosario en el patronazgo del Gremio de Mareantes acaso se remonte a la citada batalla naval del Golfo de Lepanto un 7 de octubre de 1571 (440 años). Allí tuvo lugar “la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros”, según dice Cervantes, que tomó parte en ella.
Pero en Lepanto con el Rosario también había un Cristo, “el Cristo de Lepanto”, del que dice la historia que se ladeó para librarse de una bala de cañón y así se conserva en la catedral de Barcelona.
El Rosario y el Cristo pues, mano con mano, rosas y claveles, rosas para la Virgen y claveles para el Cristo desde aquella memorable fecha y que aquí en Candás se matrimonian con este rito tan hermoso de la Salve y el Encuentro, de la Virgen hecha un paño de lágrimas frente al hijo oculto tras la cortina del camarín, en una semana de dolor en cuyo pórtico nos encontramos.
Si escucháis cualquier tarde en la penumbra de un templo el rezo del rosario veréis que tiene rumor de mar en su recitación, en ese murmurar avemarías o aves marinas, es igual, porque son como gaviotas en torno a las jarcias de las barcas, o como las golondrinas que le quitaron las espinas al Señor. Rumor de olas que a veces se estrellan en las rocas, rumor de rezos en el silencio para la madre dolorosa, mantras que calman tempestades y apagan tormentas en los mares del corazón.
Con el rosario existe en Candás la tradición de cantar la salve. ¡La salve marinera! Y así como el ave maría, tiene en su primera sílaba el rumor del mar y paz de la ría, la salve, que habla de llanto y lágrimas, también tiene en su primera sílaba sabor a sal, sal marina, o salve marinera, melodía nada zarzuelera a pesar de su cuna.
Clarín, asiduo visitante de Candás como también lo fue Palacio Valdés, sí conocía la zarzuela cuando en su novela, Quintanar consiente en que la Regenta desfile, como se acostumbra aquí y en tantos otros pueblos, villas y ciudades, en la procesión del Viernes Santo. En efecto, dice Clarín: “El Jueves Santo llegó con una noticia que había de hacer época en los anales de Vetusta,... En casa de Vegallana la tal noticia estalló como una bomba... todas aquellas señoras, ... escuchaban pasmadas lo que solem- nemente decía,...”.
En la salve afloran las lágrimas desde las primeras súplicas. Es una de las manifestaciones externas con las que solemos expresar nuestros sentimien- tos, ya sean de alegría o de dolor. En la salve, compuesta por un Obispo de Galicia (se delata en esas admiraciones grandilocuentes que tanto acos- tumbra a usar el carácter gallego, “oh Clementísima, oh piadosa, o dulce Virgen María”), también aflora el llanto: “gimiendo y llorando en este valle de lágrimas...”, al par que esa morriña tan típica de sus gentes añorando “... después de este destierro muéstranos a Jesús”.
Es bueno llorar y no debemos avergonzarnos nunca... Jesús también lloró. Eva Perón pidió que en su entierro no llorara por ella el pueblo, no llores por mí, Argentina. Es lo que se dice a los niños “los hombres no lloran...”, pero creo que si Jesús lloró, lágrimas sobre Jerusalén recordadas hoy con un templo en forma de lágrima, y suponemos que su madre también, el no llorar no tiene ninguna razón de ser.
Además, es bueno llorar y desahogar porque las lágrimas no sólo limpian los ojos del polvillo y de la sequedad del ambiente sino también purifican el cristal, la retina del alma para poder ver mejor a Dios y comprender al prójimo. San Bernardo las llama “el vino de los ángeles”. No sé si exagerará un poco. Lo que sí es cierto es que las lágrimas ablandan la conciencia y el corazón y nos hacen casi siempre un poco mejores y más receptivos al dolor ajeno.
Está sonando el mar, el mar de Candás, marinero y creyente, amante del Rosario y de la cruz, de un Cristo enamorado del mar pues en el mar lo hallaron salvándolo de un naufragio seguro.
Ya sé que un pregón debería hablar de alegría porque incluso la misma Semana Santa no es más que un silencio o un calderón en la escala del dolor, uno de esos acordes disonantes que preparan en una sinfonía el gran acorde final. Pero aún hay que guardar silencio, aún hay que medi- tar sobre la cruz, aún hay que acompañar a la madre que a través de su paño de lágrimas contempla a su hijo agonizante. Los griegos llamaban al clavel la flor de Zeus, pero según la leyenda cristiana los claveles brotaron de las gotas de sangre derramadas por Jesús camino del Calvario. Otra leyenda cuenta que nacieron donde iban cayendo las lágrimas de María al contemplarlo con la cruz a cuestas y que dieron lugar a la advocación del Cristo de los claveles.
Mientras lo mece el viento está sonando el mar, cuna del ser humano, en donde nació y se acunó la vida tantos siglos para romper aguas y dar a luz al hombre, ese mar que recogió tanto llanto por desgracias de galernas, tantas lágrimas de viudas, de madres que perdieron a sus hijos en sus aguas, lágrimas y lágrimas de otra madre que de pie, junto a la cruz contempla las llagas de su hijo, hecha un mar de lágrimas, claveles rojos bajo los cinco clavos. Lágrimas, suspiros y llanto de María que simbolizan y abarcan todas las lágrimas que se han vertido hasta el presente.
Se dice que no es de hombres llorar, que es más bien cosa de mujeres. A ver cuando establecemos la igualdad de lágrimas, porque la verdad de Dios es que las lágrimas invaden toda nuestra vida, parece que sin la sal de las lágrimas la vida no está verdaderamente condimentada: lloramos al nacer y lloramos al partir, partida de nacimiento y partida de defunción siempre diciendo adiós a tantas cosas diluidas luego y demasiado pronto en el insípido mar del olvido, y decimos adiós a tantas que la vida se con- vierte casi en un continuo agitar el pañuelo desde el malecón para sacudir las lágrimas mientras se aleja el barco..., un adiós, a menudo sin Dios, y a menudo dejando pedazos de nuestra vida en el camino y casi siempre entre lágrimas. Ojala pudieran servirnos para unirnos, para transformarnos y purificarnos. Para ir perdiendo pedazos de nuestro hipócrita egoísmo, la sal de nuestras imperfecciones a medida que nos vayamos adentrando en las aguas salobres del sufrimiento hasta identificarnos con la cruz, con la pasión de Cristo, hasta convertirnos por completo en medio de un mar de gracias en Cristo, en otros cristos.
María que tiene en su propio nombre sabor a mar acaso no entendía al principio el misterio de su hijo. Por eso a medida que lo iba perdiendo primero en el templo, después cuando a los 30 años salió a predicar y abandonó el taller y la casa, luego cuando lo vio como un reo camino del calvario y finalmente cuando lo contempló perdiéndose en la altura, seguramente cada vez se identificaría más con Él y comprendería mejor su misión de Madre de Dios y madre nuestra. Y a medida que avanzaba en medio de aquel mar de dudas y sufrimiento iba poco a poco identificándose con el dolor hasta llamarse Dolorosa, diluyéndose en el desamparo hasta llamarse Soledad y finalmente fundida con el sufrimiento de su hijo hasta conseguir el título de Corredentora.
Sigue sonando el mar. Sobre el rumor de sus olas dejo yo al socaire del Cristo y del Rosario y en rumor de aves marinas, este puñado de rosas, rosas en el mar y claveles en el pecho.
Hoy aquí y desde ahora, queda abierto el pórtico de esta semana de dolor que desembocará en ese día esplendoroso de la resurrección, donde rosas y claveles mañana serán palmas y laureles, para culminar en la luz pascual y desbordante de la Pascua, junto al Cristo, bien haya de enamorar, y a la sombra protectora de la madre del divino amor, en rumor de avemarías... Rosas y claveles para el Cristo, claveles y rosas para nuestra señora del Rosario.
Y también rosas y claveles quisiera yo que fueran hoy y aquí estas palabras mías en el pórtico de vuestra semana santa para que todos, a rostro descubierto, pudiéramos seguir manteniendo esta fe y esta devoción -fervoroso llegue al cielo hasta ti nuestro clamor– que los candasinos habéis heredado de vuestros antepasados pescadores, pues para aprender a orar y avivar la fe... nada mejor que sufrir alguna vez el azote de la vida o las galernas de este mar que siempre fue como el pan nuestro o simplemente estar en su ribera como lo está Candás.
Muchas gracias,
José Manuel Feito Álvarez
Pregón de la Semana Santa de Candás 2010
María Teresa Álvarez
Señor Alcalde,
Señores miembros de la Corporación del Ayuntamiento de Carreño, Señor Cura Párroco de Candás,
Señor Hermano Mayor y miembros de la Cofradía de Nuestra Señora de los Dolores,
Señoras, señores, amigos todos.
Ante todo quiero dar las gracias al párroco, don José Manuel García y a la Cofradía de Nuestra Señora de los Dolores por haber pensado en mí para pronunciar el primer pregón de la Semana Santa candasina. También quiero felicitarles por esta iniciativa, porque nadie con mayor derecho que Candás para pregonar sus tradicionales celebraciones litúrgicas de esta época del año.
Puedo aseguraros que jamás olvidaré estos momentos de especial emoción para mí y os confieso que siempre me he sentido muy orgullosa de nuestra Semana Santa, de sus manifestaciones externas que jamás dejaron de celebrarse desde los años cincuenta.
Recuerdo que cuando trabajaba en el centro de televisión española en Asturias, al llegar estas fechas siempre recurríamos a las tres localidades que, a pesar de las modas contrarias a ello, seguían celebrando las procesiones de Semana Santa con fervor y devoción. Me estoy refiriendo a Luarca, Villaviciosa y Candás. Creo que Avilés también permaneció fiel a la tradición.
Es verdad que estas localidades viven una Semana Santa, diríamos muy personalizada y que presenta unas características determinadas lo que sin duda contribuye a que gocen de un arraigo muy especial que ha sido transmitido de generación en generación.
Hace unos años tuve el honor de pronunciar el pregón de la Semana Santa de Gijón y recordaba emocionada cómo el mar siempre estará unido a casi todas mis vivencias porque mi pueblo se mira en él, igual que Gijón, igual que Tiberiades o Galilea, en cuyas aguas Jesús decidió convertir a unos rudos y nobles pescadores en discípulos para dejarles su legado de amor.
El martes, en Oviedo iniciaba mi pregón con un recuerdo también de la Semana Santa candasina centrado en la imagen de la luna llena que desde la Plaza del Cueto veía posada sobre el mar en nuestro recorrido haciendo el Vía Crucis, en el amanecer del viernes santo.
Cuando el párroco de Candás me sugirió la posibilidad de que pronunciara el pregón, le comenté que no iba a tener tiempo parapoder pergeñar, con cierto criterio, unas líneas. Don José Manuel me comentó; seguro que puedes: “solo tienes que dejar hablar al corazón”.
Reconozco que tenía razón porque nada tienen que ver los pregones que pueda escribir sobre cualquier Semana Santa y el de “mí” Semana Santa.
Creo que era un proverbio alemán el que decía “Tu pueblo, tu ciudad puede sustituir el mundo; el mundo jamás sustituirá tu pueblo”. Y esto es verdad porque ninguna Semana Santa puede reemplazar a la nuestra que es especial y reviste un determinado significado para cada uno.
Confieso que para mí estos días son los más importantes del año litúrgico. En la Semana Santa candasina se abrieron mis ojos a la fe.
El Vía Crucis, al que antes aludía, fue una de las prácticas piadosas que más influyeron e influyen en mi espíritu. Tuve la suerte de visitar Jerusalén y recorrer varias veces la vía dolorosa. De detenerme en alguna de las estaciones, tratando de imaginar cómo sería aquel camino -hoy lleno de tiendas- cuando Jesús subió por él camino del Gólgota.
Ante la puerta de la capilla donde se recuerda la sexta estación, la que dice: “... en el camino del calvario una mujer se abrió paso entre los soldados que escoltaban a Jesús y enjugó con un velo el sudor y la sangre del rostro del Señor. Aquel rostro quedó impreso en el velo”; Y allí rodeada de turistas volví a pensar en el valiente comportamiento de la Verónica con Jesús. Observé a muchas mujeres que como yo paseaban por el lugar y no pude evitar el pensar qué haríamos si viésemos pasar a un condenadocustodiado por la justicia. Ello me hizo valorar mucho más el gesto de la Verónica, aquella mujer cuya piedad venció el miedo a una posible represalia, al enjugar el rostro de Jesús. Es hermoso comprobar cómo los actos de amor no pasan. Cualquier gesto de bondad, de comprensión y de servicio deja en nuestro corazón una señal indeleble. Jesús agradeció el gesto de aquella mujer dejando su rostro impreso en el paño.
En Candás no disponemos de grandes ni espectaculares pasos. Pero las imágenes de nuestra Semana Santa son hermosas y sencillas.
Hace más de veinte años que no participo en las procesiones candasinas, pero aún sigue vivo en mi el recuerdo del hermoso rostrode la Virgen Dolorosa que discurre por las calles de nuestro pueblo, en medio del recogimiento de los fieles que la acompañan en su soledad.
Como decía Juan Pablo II: “Porque es madre, María sufre profundamente. No obstante, responde también ahora como respondió entonces, en la anunciación: «Hágase en mí según tu palabra». De este modo, maternalmente, abraza la cruz junto con el divino Condenado. En el camino hacia la cruz María se manifiesta como Madre del Redentor del mundo. «Vosotros, todos los que pasáis por el camino, mirad y ved si hay dolor semejante al dolor que me atormenta» (Lm 1,12). Es la Madre Dolorosa la que habla, la Sierva obediente hasta el final, la Madre del Redentor del mundo”.
No había reflexionado sobre la Semana Santa candasina como ahora lo estoy haciendo y creo que en nuestras manifestaciones procesionales, la Virgen María, la Madre de Dios, ocupa un lugar muy destacado.
Es probable que esto sea así debido a que Candás fue en sus orígenes un pueblo que vivió del mar y para la mar y todos sabemos lo que eso significó. Desgraciadamente las madres candasinas, mujeres fuertes, curtidas al aire y al sol, envueltas en lluvia y tempestad. Mujeres de ojos profundos y pupilas dilatadas de tanto mirar al horizonte, con la esperanza viva hasta el último momento. Mujeres que sufrieron con excesiva frecuencia el dolor por la pérdida de sus seres queridos: hijos, esposos, hermanos, novios...
Estás, Madre Dolorosa
Al pie de la cruz llorosa Donde pende, donde pende Donde pende el Redentor.
Jesús, el Redentor, el hijo de Dios, ha venido al mundo a cumplir lo dispuesto por el Padre. La Virgen María lo sabe, pero su dolor, como el de una madre que nada puede hacer para salvar al hijo que ha llevado en sus entrañas, es inmenso, y llora. Llora en soledad...
Quien podría no sentir Aquel dolor tan pródigo Cuánta pena por el Hijo La Madre debió sufrir.
Del silencio respetuoso con el que discurre, mecida por el recogimiento y la meditación, la procesión de la Soledad por nuestras calles, la de la Virgen del Rosario, en el Sábado Santo, constituye una explosión de fervor. La Virgen del Rosario es la patrona de la Cofradía de Pescadores, la Virgen de los marineros, que la veneran con auténtico amor.
Nadie que haya escuchado el canto del Santo Rosario cuyas aves marías se van desgranando bajo los compases de la banda de música, se ha quedado indiferente. Es auténticamente emocionante y digno preámbulo del canto de la Salve Marinera.
Nadie que haya participado en esta procesión la olvidará jamás. El rostro de la Virgen cubierto con velo negro en señal de duelo por la muerte del hijo amado y las voces de candasinas y candasinos entonando la Salve para hacerle más llevadero el dolor.
Cuántas veces alguno de los allí reunidos dejaron escapar unas lágrimas, fruto, sin duda, de la emoción del momento o porque echaban en falta al amigo o familiar que ya no estaba. Siempre me ha impresionado el silencio que se producía en el Paseín en ese momento mágico de la Salve Marinera. Os confieso que lo espero emocionada.
La Virgen del Rosario, la Virgen de los marineros, siempre custodiada por ellos o sus sucesores pasa año tras año la noche del Sábado Santo en una improvisada capilla cerca de la ribera. Ningún lugar como la ribera que sabe tanto de penas y alegrías, de encuentros alborozados y de esperas inútiles, para acompañar a la Virgen en su dolor.
Y a la mañana siguiente la alegría en el Encuentro. La Virgen comprueba que su Hijo ha resucitado. Es el instante cumbre de toda la Semana Santa. Porque de no existir la resurrección nada tendría sentido.
La Pascua de Resurrección es el renacer a la Vida. Al amor. La resurrección de Jesús nos da una nueva luz y una nueva energía para soportar las dificultades de la vida.
Celebrar la Semana Santa es aceptar la Salvación de Cristo que por amor se entregó a la voluntad del Padre de morir para devolver la vida inmortal al ser humano. Vivir la Semana Santa es conectar el corazón al de Cristo y perdonar a los verdugos, amar a los que nos odian, orar por los que nos persiguen y entregar la vida por el más débil y necesitado.
Jesús no nos liberó del dolor, pero sí del sinsentido del dolor. No vino a liberarnos de la muerte, sino del sinsentido de la muerte.
En la Semana Santa no debemos sumergirnos en la tristeza pensando en lo que Cristo padeció sino en tratar de entender por quémurió y resucitó.
Muchísimas gracias a todos por vuestra presencia. Me emociona la asistencia de don Manuel Peláez a este acto. ¡Gracias don Manuel! Lo mismo que Pedro y Vila, dos sacerdotes candasinos que han tenido la amabilidad de acompañarnos esta tarde. A Pedro lo traté menos porque era un niño cuando yo me fui de Candás, pero con Vila sí compartí viajes inolvidables.
Este año espero asistir a todas las manifestaciones de la Semana Santa candasina y sé que después de tanto tiempo muchas ausencias oprimirán mi corazón y recordaré a don José Muniello, don Andrés Corsino... A don Valeriano Muñoz... A Sarita...
Mi cariño y agradecimiento para todos ellos por su trabajo en el desarrollo de la Semana Santa candasina. Todos ellos nos handemostrado, con su ejemplo, lo importante que es mantener viva la fe y conservar nuestras tradiciones.
Deseo fervientemente que esta Semana Santa sea decisiva para nosotros y que el domingo de Resurrección renazcamos a la luz del resucitado.
Muchas gracias,